Ilustración de Nuestro Stories
Conocí a Norma Cruz Kahn en 1999, cuando trabajábamos juntas para organizaciones sin ánimo de lucro ubicadas en el norte de Virginia (a unos 15 minutos de la Casa Blanca).
Por supuesto, no tenía ni idea de que me acordaría específicamente de Norma todos los años el 11 de septiembre. ¿Por qué iba a saberlo?
Norma era una madre soltera que compaginaba su trabajo a tiempo completo con sus obligaciones como madre con, al parecer, total facilidad. Estaba en su salsa. Estaba destinada a hacer lo que hacía. (Sé que nuestros amigos comunes estarían de acuerdo conmigo en esto).
Yo no tenía hijos por aquel entonces (y me faltaba más de una década para ser madre soltera), así que no creo que me diera cuenta de lo duro que debía de estar trabajando. De nuevo, fue culpa de Norma. Hacía que todo pareciera demasiado fácil. Siempre estaba sonriendo y bromeando. Y riéndose. De mí, a veces.
Cuando conocí a la orgullosa latina, me dijo que era NewYorican, a lo que yo respondí: “¿Qué? ¿Qué es eso?”
“¿No sabes lo que es un NewYorican?”, se rió, muy dispuesta a ponerme al corriente.
“No, no tengo ni idea”.
“Soy una puertorriqueña de Nueva York”, me explicó. Por la forma en que se rio a carcajadas, supe que la bombilla que tenía sobre mi cabeza debió de encenderse y ser ultra brillante cuando dije “¡Ohhhhh!”.
Ninguno de nosotros sabía que Norma iba en el vuelo 77, el avión que se estrelló contra el Pentágono aquella clara mañana del 11 de septiembre. Al día siguiente, el 12 de septiembre, nos enteramos de que Norma era una de las víctimas de los atentados terroristas selectivos contra Estados Unidos. Fue como un puñetazo en el estómago.
El día que atacaron los terroristas, aquella soleada mañana de lunes de septiembre, un pequeño grupo de personas fuimos al último piso del estacionamiento de nuestro trabajo, donde Norma solía estacionarse, para observar el humo que salía del Pentágono, ubicado a unos 10 minutos de nosotros.
Sentíamos curiosidad. Y necesitábamos verlo con nuestros propios ojos. (¿Cómo íbamos a saber que nuestra amiga acababa de morir?).
Una semana después, todo cobró sentido. Nos enteramos de que Norma tenía que ir de viaje de trabajo a California el 10 de septiembre. (Dicen que los terroristas buscaron vuelos que cruzaran el país, con aviones con mucho combustible. Mejor para la explosión).
Ella tenía que salir el domingo por la noche, pero cambió el vuelo a la mañana siguiente para desayunar con su hijo de 13 años, Imran, antes de su vuelo de 5 horas para otra larga semana de trabajo lejos de casa.
The Connection Newspaper, Reston llora sus pérdidas
Norma no era política. Al menos, nunca hablábamos de política. Tampoco se quejaba del trabajo, pero decía que estaba cansada de los largos viajes de trabajo. No quería dejar a su hijo aquella semana de septiembre. Eso fue lo que le dijo a nuestra amiga común (que también era su vecina) la noche antes de su vuelo, cuando charlaron en el jardín delantero de Norma.
Muchas personas perdieron la vida aquel día: 2,977, para ser exactos. Y solo estaban viviendo sus vidas, como Norma. Eran personas privadas. Hasta que el mal golpeó.
Sin embargo, por haber estado en uno de los tres vuelos que tomaron los terroristas suicidas del 11 de septiembre, Norma formó parte indirecta de muchos debates y discusiones políticas a partir de 2001.
En primer lugar, el país se unió. La nación, y el mundo, querían al alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, por su fortaleza. Era la cara y la voz de la Ciudad de Nueva York y del país.
Recuerdo haber visto durante días la CNN (que, como otras cadenas de televisión, no emitía anuncios). Analizaba y trataba de comprender por qué nuestro país estaba siendo atacado. No era la única. Todos estábamos sintonizados.
Entonces los políticos volvieron a intervenir, supuestamente respondiendo a todas nuestras preguntas sobre el 11 de septiembre. ¿Quién era el culpable del 11 de septiembre? ¿Al Qaeda? ¿Osama bin Laden? ¿Qué y quién fue?
Las cosas se complicaron en los meses y años siguientes. Nuestra nación entró en guerra en un lugar lejano para honrar la memoria de los que perdimos y atrapar a los que lo hicieron.
Años después, el presentador Jon Stewart llamó –y sigue llamando– la atención sobre las necesidades médicas de los socorristas que se desplazaron al lugar de los hechos en la Ciudad de Nueva York, en busca de sobrevivientes que nunca serían encontrados. Los que se quedaron y limpiaron los daños del derrumbado World Trade Center pagaron un alto precio.
Y, todos estos años después, Norma sigue desaparecida. Y, no sé porqué, el 22º aniversario de este horrible día es mucho más difícil que el 21º o el 20º, pero lo es. Las calcomanías nos recuerdan que “nunca olvidemos” el 11 de septiembre. No hace falta que me lo recuerden. Nunca podré olvidar a Norma, que todavía me hace sonreír cada vez que conozco a un orgulloso neoyorquino. Dios, fue divertido conocerla.