Crédito: Rodriguez; Ilustración de Nuestro Stories
¿Dónde estabas cuando escuchaste por primera vez una canción de Rodríguez? ¿Estabas metido en los anales de alguna sucia y polvorienta tienda de discos, rebuscando entre vinilos, cuando algún pretencioso audiófilo insistió en que escucharas ese sonido sedoso que rezumaba de su AirPod lleno de cerumen?
Tal vez estabas sintonizando la emisora FM de tu universidad local con una recepción pésima porque tu escuela invirtió en un incipiente programa de futbol americano por encima de un ancho de banda adecuado cuando le pediste desesperadamente a tu teléfono que hiciera Shazam para saber qué canción se estaba reproduciendo a todo volumen.
¿Cómo sobrevivirías sin identificar esta melodía pegajosa que suena angustiosa, campechana, atemporal y en su propio carril? Mejor aún, mi querido y amado lector, tal vez estés ahí sentado, justamente indignado, murmurando para ti mismo, medio en voz alta: “¿De qué diablos está hablando?”.
Quién era “Rodríguez”
Rodríguez nació, aparentemente adelantado a su tiempo, en algún lugar entre un César Chávez con guitarra y un Iggy Pop letrista menos drogadicto y más introspectivo. Es como si Merle Haggard y Bob Dylan se hubieran peleado a navajazos.
Así que para describir a este ser mítico, tuve que centrarme e ir a la fuente, a quien me introdujo en su música: mi padre.
“Papá, dime, ¿qué te hizo sentir Rodríguez a principios de los 70 que sentiste la necesidad de compartirlo conmigo?”, le pregunté a mi padre. ¿Su respuesta? Sencilla: “Catártico. Melancólico. Este latino del Medio Oeste lo logró”.
Este es un fragmento de la biografía que encontré hoy en la (casi) infalible Wikipedia: Nació en 1942 en Detroit, Michigan. Sexto hijo de padres inmigrantes mexicanos de clase obrera, “Rodríguez abandonó su carrera musical” en 1976.
“Trabajó en demoliciones y en líneas de producción, siempre con bajos ingresos”, dice su biografía. Siguió siendo un apasionado de los temas sociales y se mostró “políticamente activo y motivado para mejorar la vida de los habitantes de clase obrera de la ciudad”, presentándose sin éxito varias veces a cargos públicos en Michigan.
Sobre el escenario, el hombre nacido como Sixto Díaz Rodríguez, conocido simplemente como “Rodríguez”, era más un agitador sindical de Detroit y tenía más corazón que su etiqueta común: el Bob Dylan hispano de Hollywood.
Era la antítesis de lo que la gente asocia hoy con la música.
No poseía un insondable número de seguidores en TikTok de decenas de millones que pudieran convertirse en acuerdos de marca.
No disfrutaba de un calendario de giras hecho a medida y creado orgánicamente en función de dónde conseguía más reproducciones en Spotify y Apple Music, como hacen hoy con facilidad innumerables artistas independientes.
La efímera vanidad de estar de moda se le escapó a Rodríguez y los dejó a él y a su música en gran medida al margen del complejo industrial de la música.
Cómo tendemos a recordar
“Rodríguez, residente en Detroit, no sabía lo popular que se había hecho en Sudáfrica, donde sus canciones se convirtieron en himnos de la lucha contra el apartheid en los años 70. En Estados Unidos, el éxito lo había eludido”, explicaba Reuters en un artículo reciente.
Sin embargo, a pesar de su fallecimiento esta semana a los 81 años, innumerables obituarios y expertos de la torre de marfil rumian el hecho de que su valor duradero está ligado de algún modo a su redescubrimiento.
Se puede leer sobre sus LP no vendidos que fueron redescubiertos en Australia y luego en Sudáfrica. Cómo la casualidad hizo que se presentara en una serie de actuaciones en los años 80. Luego más oscuridad. Después, un documental desgarrador y conmovedor de 2012, Searching for Sugar Man, que sigue a dos fans de la música sudafricanos en su búsqueda del escurridizo Rodríguez,
El éxito del documental propició el redescubrimiento de Rodríguez por una sociedad que lo había desechado, permitiéndole tocar en algunos de los mayores y mejores festivales de música del mundo en la última década de su vida.
Sin duda, tocar ante miles de fans hasta entonces desconocidos en tierras lejanas debió de ser embriagador.
Y, sin duda, espero que Rodríguez sintiera una pequeña reivindicación enfermiza y retorcida por haber ganado por fin un dólar en una industria que, en gran medida, lo rechazó a él y a voces como la suya en favor de más hacedores de éxitos de los 40 Principales estadounidenses a lo Casey Kasem.
Celebrar escuchando y poco más
Olvídate de todo eso por un momento.
En su lugar, te invito a desviarte ligeramente de la reacción habitual que tenemos cada vez que perdemos a un gran poeta al que apenas dedicamos tiempo mientras estuvo aquí en la Tierra.
No te limites a investigar las minucias de su existencia antes y después de la fama. No es tan difícil. Basta con escuchar sus canciones para conocer al poeta, escuchar el dolor y sentirse uno con alguien que te canta tus sentimientos. Piérdete en Rodríguez.
Porque perdí mi trabajo dos semanas
antes de Navidad
Y hablé con Jesús en la alcantarilla
Y el Papa dijo que no era de su maldita incumbencia.
Veo a mi gente tratando de ahogarse en el sol
En fines de semana de whisky sours
La desesperación de perder tu salario justo antes de las fiestas navideñas. Hablar con el hijo de Dios donde suele acabar la basura, solo para ser menospreciado por el mismísimo Papado. Para luego solo quedarte con los tristes y aleccionadores efectos de “mi pueblo” imbuido en el libertinaje, el escapismo y sin salida.
Si el deber de todo cantante de folk es reflejar nuestras imperfecciones y, al mismo tiempo, celebrar los momentos pasajeros de la vida que la mayoría suele descartar, entonces Rodríguez sirvió a su país, a su pueblo y a sus oyentes de todo el mundo con militancia, diligencia y amor.
Absorbe la calidad cruda y real de Rodríguez. El valor de producción, no el de una secuela de los Beatles con un presupuesto excesivo en Wings o las interminables iteraciones de Crosby, Stills, Nash y Young, sino el de un mexicano-estadounidense pobre de primera generación empeñado en usar la única herramienta que ni el darwinismo socioeconómico ni las fuerzas del mercado pudieron arrebatarle jamás: su voz.
Muy bien, ya lo entiendes. Solo quiero celebrar y dar las gracias al Hombre mismo, dondequiera que esté ahora.
Reconociendo que Rodríguez nunca cosechó plenamente los beneficios de la fama y la fortuna que conlleva ser un cantante moderno.
Se puede decir que su éxito inicial fue fugaz. Pero su arte resistirá el paso del tiempo.
Alex Valdés es un autoproclamado devoto de la palabra escrita. Vive entre Miami, Florida, y la carretera. Y disfruta “rebuscando equipo fotográfico robusto y carretes caducados para hacer fotos abstractas de la nada”.