Ilustración de Nuestro Stories
Hay muchas razones por las que a los humanos nos gusta la idea del terror. Desde la gran pantalla hasta los cuentos, pasando por las historias que se cuentan alrededor de una hoguera, este género nos ha fascinado durante siglos.
El terror nos permite acceder a nuestras curiosidades más profundas sobre el lado más oscuro de la humanidad sin tener que acceder nosotros mismos a ese lado. Nos permite cruzar líneas que nunca cruzaríamos en la vida real y, dos horas después, podemos alejarnos de todo, sabiendo que estamos a salvo.
Por desgracia, los horrores que el ser humano puede infligir a sus semejantes en la vida real son mucho peores que los que pueden evocar incluso algunas de las películas más oscuras.
Los escenarios de la vida real no te permiten levantarte y salir completamente indemne dos horas después, con los restos de las palomitas en la mano. Son el tipo de horrores cuyos efectos pueden durar toda la vida o acortarla terriblemente.
Tal fue el caso en la década de 1940 durante los experimentos humanos sancionados llevados a cabo en ciudadanos guatemaltecos por el gobierno de Estados Unidos.
Para entender lo que ocurrió en Guatemala a mediados de los años 40, primero debemos remontarnos a Los Experimentos Tuskegee
Los Experimentos Tuskegee fueron un experimento que duró décadas y que se llevó a cabo en 400 hombres entre 1932 y 1972. Los investigadores reunieron a 400 soldados afroamericanos que ya se sabía que estaban infectados de sífilis y les negaron el tratamiento durante décadas, sirviéndoles en su lugar placebos con el fin de “estudiar los efectos duraderos de la sífilis en el varón humano”.
Ambos estudios nacieron del Laboratorio del Servicio de Salud Pública, en conjunción con el Laboratorio de Investigación de Enfermedades Venéreas. El argumento era estudiar los efectos de ciertas ETS, que en aquel momento no tenían cura conocida.
Donde los experimentos Tuskegee lo dejaron, sin embargo, los experimentos guatemaltecos lo retomaron de una manera aterradora
Mientras que los experimentos de Tuskegee tomaron a personas que ya estaban infectadas, los experimentos de Guatemala infectaron a propósito a 1308 soldados, pacientes psiquiátricos, prisioneros y trabajadoras sexuales con sífilis, gonorrea y chancroide para estudiar sus efectos.
A las personas infectadas intencionadamente no solo se les negó el tratamiento, sino que a menudo se les contagiaron otras enfermedades de transmisión sexual además de las originales por medios tortuosamente dolorosos.
El reporte Éticamente Imposible, comisionado por la presidencia, detalló una multitud de atrocidades cometidas en los dos años de este experimento.
“En febrero de 1948, a Berta le inyectaron sífilis en el brazo izquierdo”, dice el reporte. “Un mes después, desarrolló sarna”.
Varias semanas después, el doctor John Cutler (el investigador principal) observó que Berta también había desarrollado protuberancias rojas alrededor del sitio de la inyección, así como lesiones adicionales en brazos y piernas. Según su nota, la piel de Berta empezaba a desprenderse de su cuerpo. Murió el 27 de agosto.
Aunque este ejemplo parece como si hubiera sido aislado o extremo, el reporte muestra lo contrario. En los dos años que duraron los experimentos, no faltaron los métodos tortuosos que se usaron para ver qué efectos se producían.
Entonces, ¿por qué ocurrió?
Aunque se han dado muchas razones a lo largo de los años, una de las principales ha sido que la ciencia considera que algunas razas son prescindibles.
El documento de investigación Moral Science; Protecting Participants in Human Subjects Research, de la Universidad de Georgetown, ofrece un argumento indiscutible.
Según los datos recogidos y el resumen de los resultados, el reporte afirma: “Una posible explicación restante pero claramente inaceptable para la elección de Guatemala reflejaría la noción de que los guatemaltecos eran una población experimental adecuada, si no preferible, en virtud de su pobreza, etnicidad, raza, lejanía, estatus nacional o alguna combinación de estos factores”.
Olivia Monahan – Periodista, editora, educadora y organizadora chicana en Sacramento cuyo único objetivo es arrojar luz sobre las historias de nuestras comunidades más afectadas y marginadas, pero, lo que es aún más importante, que esas historias humanicen a quienes normalmente quedan al margen. Es finalista de la Beca Ida B Wells de Periodismo de Investigación 2022, miembro de la Parenting Journalists Society y tiene artículos en The Courier, The Sacramento Bee, The Americano y Submerge Magazine, entre otros.