Imagen cortesía de Nuestro Stories.
Creo que muchos de nosotros podemos dar fe de que algunas amistades surgen y no dejan marcas duraderas. Fueron buenos durante los momentos que existieron y, finalmente, esos momentos se disiparon; sin embargo, cuando tenemos suerte, podemos entablar amistades con personas que nos ayudan a moldearnos, a formarnos y a animar a nuestras mejores versiones de nosotros mismos a salir a la luz.
Ese es el tipo de amistades que nos desafían, que se niegan a permitirnos ser complacientes. A través de peleas, altibajos y dramatismos, son las amistades que dejan una huella duradera, como tatuajes grabados en nuestra piel para recordarnos el vínculo del amor incondicional.
Tal fue la amistad entre los prolíficos escritores Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Julio Cortázar, quienes fueron proveedores de las palabras que contribuyeron a un movimiento literario conocido como El Boom Latinoamericano, que tuvo lugar durante los años sesenta y setenta.
La obra, escrita predominantemente por escritores jóvenes que desafiaban las normas culturales, era simultáneamente experimental y política. Las de El Boom Latinoamericano fueron las primeras obras de América Latina que se imprimieron en Europa y Estados Unidos, arrojando una luz completamente nueva sobre una cultura, un pueblo y una crisis política que, para muchos en ese momento, parecía estar muy lejos.
Si bien muchos autores fueron considerados parte de este boom, no hay algunos tan intrínsecamente vinculados al legado literario como García Márquez, Fuentes y Cortázar.
El ascenso de El Boom
Las revoluciones intelectuales y políticas que azotaron a América Latina en ese momento unieron a los artistas, pensadores, activistas y comunidades de la época bajo la bandera de la política progresista y la destrucción teórica de los regímenes tiránicos.
Ese grito de guerra se tradujo en los escritores de la época, muchos de los cuales asumieron personalmente la responsabilidad de desafiar a sus pares a involucrarse, especialmente Carlos Fuentes.
Fuentes, hijo de un diplomático mexicano, había estado publicando obras desde los años cincuenta, lo que le daba un poco más de experiencia que algunos de los escritores experimentales más nuevos de la época. Con esa experiencia vino el respeto de quienes siguieron sus pasos bastante nuevos. En 1962, en una conferencia literaria en Concepción, Chile, Fuentes se presentó ante una multitud de poetas, autores, periodistas y escritores y les recordó que su deber era comprometerse y unirse en solidaridad con la revolución.
A pesar de ser todos de diferentes orígenes culturales y países, la camaradería creada entre los artistas que apoyaron la revolución social se canalizó en sus obras.
A través de sus palabras, la conciencia colectiva, la frustración, el amor y el dolor de los latinos de todo el mundo encontraron un lugar en los anales de la historia. Cortázar era argentino de nacimiento y vivió en Buenos Aires la mayor parte de su joven vida. Fuentes nació y se crió en México, mientras que García Márquez era colombiano. Ninguno de sus lugares de nacimiento o diferencias culturales importaban, pues, a través de los vínculos de la revolución y el bien común, estos tres amigos crearon obras por separado pero igualmente importantes en un corto periodo de tiempo, las cuales colocaron una lupa importante sobre un tema que el mundo en general había, hasta ese momento, ignorado.
Por Liv Styler
Olivia Monahan es una periodista, editora, educadora y organizadora chicana en Sacramento cuyo único objetivo es arrojar luz sobre historias de nuestras comunidades más impactadas y marginadas, pero, aún más importante, que esas historias humanicen a quienes normalmente quedan excluidos. Es finalista de la Beca Ida B Wells de periodismo de investigación 2022, miembro de Parenting Journalists Society y ha publicado en The Courier, The Sacramento Bee, The Americano y Submerge Magazine, entre otros.