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Imagen cortesía de Nuestro Stories.
Hace casi seis años, el mundo perdió una de sus luces más brillantes y los latinos perdieron a uno de sus narradores más prolíficos. Juan Gabriel falleció a la edad de 66 años de un infarto repentino en 2016 y dejó a sus fanáticos aturdidos por la pérdida. Juan Gabriel o El Divo de Juárez dejó un gran legado: su capacidad para trascender el lenguaje y ser reconocido como uno de los mejores compositores de todos los tiempos por el poder que tenía para traducir el dolor, el amor, la pena y la alegría de maneras que conectaban con millones alrededor del mundo; sin embargo, hay otra pieza poderosa de Juan Gabriel que nos dejó: su identidad queer y los fans que supieron encontrar un poco de sí mismos en él.
La vida y época de Alberto Aguilera Valadez
Nacido Alberto Aguilera Valadez, la vida del cantante tuvo inicios muy difíciles. Sus padres, Gabriel Aguilera y Victoria Valadez, eran agricultores que se ganaban la vida con dificultad en Michoacán y fue el décimo hijo de la pareja; no obstante, poco después del nacimiento de Alberto, la familia perdió al padre. Mientras cuidaba sus campos, Aguilera empezó a quemar un sauce como parte del proceso de limpieza del terreno, pero los vientos de ese día llevaron las llamas a tierras vecinas. Una combinación de culpa y ansiedad hizo que Aguilera intentara suicidarse poco después. Aunque no tuvo éxito, Aguilera fue arrestado, llevado a la cárcel y finalmente internado en un hospital psiquiátrico. Aún se desconoce si murió en el hospital o escapó, pero su familia nunca volvió a verlo.
Victoria finalmente trasladó a la familia de Michoacán a Juárez, en donde empezó a trabajar como empleada doméstica. A medida que Alberto creció, comenzó a causar problemas con la casera de su madre. Con el paso del tiempo, su madre llegó a la conclusión de que no podía cuidar a su hijo menor y lo ingresó a un internado cuando tenía cinco años. Fue allí en donde Alberto conoció a Juan Contreras, el maestro que cambió su vida al enseñarle a cantar y tocar la guitarra.
Aunque resistió durante poco más de ocho años, la combinación de extrañar a su madre y no gustarle su entorno llevó a Alberto a escapar del internado a la edad de trece años. Trabajando ocasionalmente lavando autos y limpiando platos, pasaba su días trabajando y sus noches escribiendo canciones. A la edad de dieciséis años, se abrió camino por la ciudad, cantando en coros, iglesias y cualquier lugar que lo permitiera, considerando su edad. Uno de esos clubes, el Noa Noa, quedó inmortalizado en una de sus canciones, honrado por ser el primer lugar que le abrió sus puertas.
Se abrió camino en los clubes y finalmente se convirtió en corista de muchos grupos conocidos, hasta que un día Alberto fue acusado de robo en la fiesta de un amigo y posteriormente arrestado. Liberado un año y medio después por falta de pruebas, Alberto pasó a RCA casi inmediatamente; hizo una audición y consiguió un contrato discográfico. Fue ahí en donde abandonó el nombre de Alberto Aguilera Valadez y se convirtió en Juan (en honor a su maestro) Gabriel (en honor a su padre).
El baile de Juan Gabriel: lo que se ve no se pregunta
Juan Gabriel no tardó mucho en alcanzar el triunfo. Su primer sencillo se convirtió en un éxito instantáneo, lo que le valió elogios de los fans, los críticos e, inevitablemente, premios por las ventas récord; aun así, como en sus días en el Noa Noa, había ciertas puertas que le resultó difícil abrir, pero, al igual que en su juventud, Juan Gabriel, o JuanGa, encontró la manera de abrirlas de par en par.
Culturalmente, el concepto de queerness no es fácil de abordar en la comunidad latina. México era y sigue siendo un país predominantemente católico y los matices religiosos a menudo hacen que la idea de la homosexualidad, los roles de género no tradicionales y la identidad queer sean conceptos no bienvenidos en los hogares mexicanos.
Juan Gabriel nunca se declaró gay o queer, nunca se puso una bandera ni proclamó su identidad, pero para él y para sus fans nunca fue necesario. Las mismas cosas que generaron tanta especulación y, seamos honestos, las burlas de tantos, también fueron las que le ganaron la misma cantidad de fanáticos. Desde sus extravagantes atuendos, a menudo cubiertos de lentejuelas y flores, terciopelo o satén de pies a cabeza, hasta la forma en la que movía sus caderas mientras bailaba, imitando el caminar por la pasarela, hacía evidente que confiaba en su identidad. Para bien o para mal, el machismo en la cultura atribuye estas cosas a una estética más femenina. Los rumores sobre su sexualidad circularon durante años; de hecho, los rumores llegaron a un punto muy público cuando se sentó con Fernando del Rincón para una entrevista.
En la entrevista (que se llevó a cabo en 2002), mientras Del Rincón y Juan Gabriel hablaban sobre una mezcla de temas relacionados con el acoso de la prensa a su vida privada, Del Rincón sacó a relucir un comentario que mencionaba las “cualidades femeninas” del arte de su entrevistado y pasó a hacer la gran pregunta.
“¿Juan Gabriel es gay?”.
A lo que el cantante, entre risas y sonrisitas, respondió magistralmente.
“Dicen que lo que se ve no se pregunta, mijo”.
Y ninguno de los rumores, las preguntas, el asombro sobre su identidad importaban cuando su boca se abría y esa voz resonaba por todo el mundo. Su dolor era nuestro dolor, su amor era nuestro amor, su música derrumbó las barreras y muros que normalmente se levantan entre la comunidad latina tradicional y la identidad queer.
Su arte trajo lo queer a los hogares latinos, se dieran cuenta o no. De forma lenta pero segura, ayudó a normalizar una identidad a la que, de otro modo, le habrían cerrado las puertas en la cara.
Isabel Allende escribió una vez: “No hay muerte. La gente solo muere cuando la olvidamos”.
Nunca olvidaremos a Juan Gabriel.
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